“Yo también soy un ser humano”

Foto: Hazel, la hija abnegada al lado de su madre

La historia de una cuidadora

Por: Ricardo Sossa Ortiz

Periodista

“Es desesperante ver a mamá sufriendo, con dolor, la Fundación nos trae alivio. Son un equipo incondicional. Yo los bendigo en nombre de Jesús”.

Hazel Chavarría Briceño.

La vida de Hazel refleja la historia de muchas cuidadoras de las personas adultas mayores. Es ejemplo de esfuerzo, amor y compasión. Ella no se deja abatir por las múltiples vicisitudes que vive cada día.

El 31 de diciembre de 2020, a las 10:45 p. m. recibe una llamada en la que le informan que su hijo mayor de tan solo 18 años había sufrido un accidente en su motocicleta.

“Mire, yo no sé quién ni de dónde me llamaban. A como pude llegué al lugar del accidente y vi a mi hijo a quien, una vez en el hospital, le diagnosticaron tres quebraduras y el fémur se le salió de la piel. Lo pasaron a quirófano a las 2 a. m. y salió a las 3 p. m. del día siguiente…no me dieron esperanza, incluso me pidieron despedirme de él”, cuenta Hazel.

Mientras esto ocurría, su madre, Mariana Chavarría, tenía ya más de un año de estar en cuidados paliativos y atendida también por el programa de la Fundación Partir con Dignidad (FPD). Hazel es su única cuidadora.

Mariana ha sido una mujer luchadora por el bien de su familia toda la vida.

Mariana ha sido una mujer luchadora por el bien de su familia toda la vida.

Debido a la enfermedad de su madre y por los cuidos requeridos, Hazel debió renunciar a su empleo como conserje, lo que la llevaría a enfrentar hasta hoy, una situación de pobreza extrema.

La angustiada madre enfrentando la fase terminal de la suya y ante una inminente muerte de su hijo, se acercó a la cama de éste luego de la extensa cirugía. “Coloqué mis manos bajo su cabeza y oré palabras de sanación”, dice.

Literalmente se interna en el hospital al lado de su hijo quien permanece hospitalizado seis meses. Entre tanto, su vida transcurría entre el cuido de su hijo y la casa en donde se encarga de Mariana su madre.

A partir del año 2015, esta abnegada madre e hija comienza su calvario entre la miseria propia de la pobreza. Es en ese año que su madre sufre infartos cerebrales y además se le diagnostica arritmia cardíaca, una enfermedad que ocurre cuando los impulsos eléctricos que coordinan los latidos cardíacos no funcionan adecuadamente, lo que hace que el corazón lata demasiado rápido, demasiado lento o de manera irregular y eventualmente puede provocar la muerte.

Era el fin del principio. Doña Mariana empeora a tal grado que hoy “sufre 17 enfermedades”, paralizada en una cama.

Para sobrevivir, Hazel recoge ropa con el fin de revenderla en su casita para sobrevivir, pues es “jefa de hogar”, cuenta.

Mariana espera todos los días la comidita que con dificultad consigue su hija.

Mariana espera todos los días la comidita que con dificultad consigue su hija.

Afortunadamente, su madre es atendida en el hospital Nacional de Geriatría y Gerontología, Dr. Raúl Blanco Cervantes, lugar en el que el creador de la FPD, Dr. José Ernesto Picado Ovares, es coordinador de cuidados paliativos y de visitas comunitarias.

Precisamente es el Dr. Picado quien la ingresa al programa de atención de la Fundación, esto porque el hospital no es uno vespertino, no cuenta con servicio de emergencia las 24 horas del día y, además, como si fuese poco, Emergencias no funciona los fines de semana en el nosocomio mencionado.

“La Fundación y su equipo médico-piscosocial han traído un alivio enorme para mamá, para mí, para todos. Me guían constantemente, me han enseñado a inyectar, mire, me atienden el teléfono a cualquier hora, sea de noche o madrugada. Si no, me devuelven la llamada casi de forma inmediata son mis brazos, se desbordan en atenciones, tanto el Dr. Picado, la enfermera Ersiel, en fin, todos. No sé qué haría sin ellos”, asegura Hazel.

“Hay medicamentos que me los envían por correo, pero otros como la morfina, debo ir para firmar el recibido y en muchas ocasiones, como ahorita, no tengo dinero para los pasajes del bus desde Santa Ana donde vivo hasta el hospital”. Se detiene al acabarse su aliento. Respira.

Hazel también está enferma. Le cuesta caminar por líquido en su rodilla, es diabética, hipertensa. “La Fundación me llama para saber cómo voy, están siempre atentos y apoyando, la enfermera Ersiel ni se diga”, dice agradecida.

Las navidades eran épocas en las que a pesar de la pobreza, disfrutaba muchísimo.

Las navidades eran épocas en las que a pesar de la pobreza, disfrutaba muchísimo.

Debido a la pobreza que embarga a Hazel, a veces comen mal, cuenta. “Cada mañana al despertarme para el primer medicamento de mamá, a las 5 a. m., sé que mami espera su desayuno y a veces ni tengo que darle. Aunque está en cama, siento que ella se da cuenta de las penurias que estamos pasando. Yo también soy un ser humano, me pongo a llorar. A veces ni logro vender la ropita porque me traen cosas que ya ni sirven para nada. Ando pidiendo comida, vivo más de la caridad y compasión de otros. No puedo trabajar”.

A pesar de la pobreza y la enfermedad, ella se mantiene en pie, como “una palmera”, dice, no se derriba.

Esta es la historia de muchas mujeres cuidadoras y de muchos familiares de pacientes a los que la Fundación extiende su mano, llevando amor, alivio y compasión.

Fotos: Cortesía Hazel Chavarría.

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