La compasión en la agonía

Foto: “Marzo 2017. Mi madre, doña Anáis pasando un fin de semana en la playa, el último que pasamos cerca del mar, para celebrar su aniversario de bodas con papi”. Ángela Ávalos.

“Nos abrieron los ojos en momentos críticos, cuidándonos de sufrir antes de tiempo”. Franklin Ávalos Segura.

Por: Ricardo Sossa Ortiz

Periodista

La conoció en el año 1950. Anáis era una niña de 10 años y él tan solo de 11.

Lo primero que pensó: “qué chiquilla más linda”, recuerda.

Aquel niño hoy tiene 82 años de edad, se llama Franklin Ávalos Segura y se casó con doña Anáis Rodríguez Rodríguez cuando tenía 25 años, ella 24, un sábado 6 de marzo de 1964 al caer la tarde: la boda fue a las 4 p. m., recuerda a la perfección el esposo.

A sus nueve años, llega a vivir con sus padres a Llorente de Tibás, de donde era oriunda su esposa.

“Allí todo mundo se conocía, eran vecinos adinerados, nosotros fuimos los primeros forasteros y muy pobres, imaginate que me compraban zapatos de segunda, de aquellos que se vendían a la orilla del mercado, ya usados”, cuenta don Franklin cuando su hija, Ángela, agrega: “y mami era de familia encopetada, pudientes”.

 

Una foto de junio del 2014, en una las incontables salidas vespertinas a cafetear en familia, siempre al lado de su esposo, don Franklin Ávalos.

Una foto de junio del 2014, en una las incontables salidas vespertinas a cafetear en familia, siempre al lado de su esposo, don Franklin Ávalos.

Sí, la familia de aquella hermosa niña, Anáis, eran adinerados, con fincas, ganado, propiedades, lo que le hacía pensar a don Franklin utópico llegar a casarse con ella algún día.

Durante su juventud, amó jugar futbol, y eso llamaría la atención de Anáis, no solo por ser bueno en ese deporte, algo más picoso: “sus piernas deportivas…a mamá le encantaba ir a verlo jugar para mirárselas”, cuenta Ángela.

“En aquel tiempo, la gente de plata veía a los jugadores de futbol como vagabundos, por lo que yo no era un buen partido para Anáis, a pesar de eso vieras que por ser zurdo era cotizado, tan bueno, que a los 12 años empecé a jugar con el equipo ‘La Libertad’, lo mejor de aquel entonces, hasta me hicieron una cédula falsa para que entrara a jugar”, cuenta el señor Ávalos entre carcajadas, recordando los refrescos que le llevaba Anáis a la cancha de Llorente, misma que colindaba con la propiedad de quienes más tarde fueran sus suegros.

“Nos hicimos novios informales”, dice Franklin. Pero, ¿qué es eso de novios ‘informales’?

En aquel tiempo, los padres permitían la salida de alguna hija con su novio, siempre y cuando tuviera ‘cola’, es decir, otra hermana o hermano que los acompañara durante las salidas, una especie de chaperón, persona que vigila el comportamiento de la pareja; por lo que era bueno que el novio se la echara a la bolsa y no fuera una chismosa con los padres.

Anáis fue es ‘cola’ para una de sus hermanas, cuyo novio le pidió a su amigo Franklin acompañarlos durante sus salida al cine, para así, tener algo de privacidad con su novia.

De esta forma, Franklin y Aáis salen con aquella pareja e indirectamente se convierten en novios, sí, novios ‘informales’.

“No ves que yo no le había pedido la entrada a los suegros, qué va, qué me iban a dejar andar con la hija siendo yo tan pobre. Mirá, por insistencia de mi abuela paterna entré al colegio don Bosco para sacar un técnico, si acaso duré seis meses, eso sí, fui muy trabajador, hasta a la frontera sur fui a trabajar en medio de selvas para ganarme la plata”, dice con aire de satisfacción en su tono al contar los duros trabajos que realizó desde joven, entre ellos la ebanistería, lo que, una vez casado, le permitió hacer los primeros muebles de su casa.

Finalmente, el sacerdote Acuña, de Llorente, lo ayudó a pedir la ‘bendita’ entrada, para formalizar su noviazgo. El suegro lo sentenció: “usted aquí no viene a dormir. Solo le permito visitar a mi hija Anáis sábados y domingos y las ocho de la noche a más tardar va buscando camino”.

“Es que mirá -dice reflexivo luego de tomar una bocanada de aire- el suegro tenía razón, porque si a una de mis hijas le hubiera salido un novio como era yo jovencillo, lo saco a patadas”, agrega Franklin muriéndose de la risa, encantador, mágico y hechizante, dejando ver en realidad la humildad de su corazón y la pureza de su espíritu al contar lo que él podría creer como debilidades, en realidad fortalezas que su inquebrantable espíritu conservan hoy.

Llegó a la Escuela Técnica Nacional a sacar un oficio, y “fíjate vos que ya tenía tres años y ni sabía qué diantres estaba estudiando”, vuelve a estallar en risas junto con su hija Ángela quien nos acompaña en la entrevista. Tantas fueron las carcajadas que los tres detuvimos la conversación para dar rienda suelta a las graciosas aventuras juveniles de don Franklin.

Finalmente echó raíces en una empresa de cuadernos, en donde duró 35 años y de donde se pensionó.

"Año 2017. En el puesto de pupusas de nuestro entrañable amigo salvadoreño Luis Felipe Vaquerano, en la feria del agricultor de Tibás". Ángela Ávalos.

“Año 2017. En el puesto de pupusas de nuestro entrañable amigo salvadoreño Luis Felipe Vaquerano, en la feria del agricultor de Tibás”. Ángela Ávalos.

Junto a doña Anáis, procrearon a dos hijas y a un varón: Heidy, Gerado y Ángela, “mi chiquita”, dice el orgulloso padre.

Ellos, sus hijos, los considera sus más importantes triunfos y se los atribuye a la esposa Anáis, “por la disciplina y el amor de ella”, cuenta.

Recién casados, vivieron donde los suegros, porque no querían que Anáis se fuera de la casa.

Luego del nacimiento de Ángela, Franklin compró una casa en Llorente, misma en la que sigue viviendo con su hija menor hoy.

“Al inicio, solo teníamos una cama, y allí dormíamos todos, excepto Ángela quien tenía su cunita hecha por mí, los otros dos, Anáis y yo dormíamos en la cama, poníamos sillas alrededor de la misma para no caernos, fue toda una aventura esos inicios…”, agrega don Franklin, sin lamentos… solo con alegría.

Los años transcurrieron felices, unidos, con amor, trabajo y salud; hasta el año 2013 cuando estalla una crisis: doña Anáis fue diagnosticada con una enfermedad terminal, sufría demencia vascular.

Esto lleva a la amorosa madre y esposa entrar al servicio de visitas comunitarias del hospital Nacional de Geriatría y Gerontología, Dr. Raúl Blanco Cervantes, en calidad de paciente, el cual es coordinado por el Presidente de la Fundación Partir con Dignidad, Dr. José Ernesto Picado Ovares.

Para el 2020, ante la pandemia de Covid-19, Anáis empeora. Su deterioro fue “excesivamente acelerado”, cuenta Ángela.

El 17 de diciembre anterior, entró en una especie de sueño permanente, difícilmente abría la boca para que su hija Ángela, principal cuidadora, pudiera alimentarla.

“¡Dios nos envió un ángel!”, exclama casi con tono de barítono don Franklin, para referirse al Dr. Picado.

“Él (Picado) nos puso todos los escenarios posibles con tal claridad que no puedo explicarlo. Comprendimos que estaba muriendo y nos guió para que como familia tomáramos una decisión en cuanto a internarla para exámenes y alargar su agonía o dejar que la enfermedad evolucionara naturalmente ante el inexorable llamado de Dios”.

Su último cumpleaños: 28 de noviembre de 2020, 80 años.

Su último cumpleaños: 28 de noviembre de 2020, 80 años.

La Fundación, dice Ángela, inició un acompañamiento sorprendente para nosotros, gracias al equipo dirigido por el Dr. Picado, miembros de la Fundación, logramos darle una muerte digna a mamá, sin sufrimientos, ni maltratos. Agrega que fue tratada con mucho respeto aún en sus últimas horas de vida: “mirá, es que le hablaban, le explicaban lo que le iban a hacer, le pedían permiso, a pesar que ella ya había caído en un sueño permanente. Nos dieron el número de teléfono de la Fundación a través del cual ofrecieron teleconsulta las 24 horas del día.

El 23 de diciembre pasado vinieron a las 7:30 a. m. a visitarla, le pusieron morfina, oxígeno, nos confortaron. Recuerdo que yo estaba muy angustiada, quizá por eso el Dr. Picado no me dijo que estaba ya en sus últimas horas, pero sí me consoló diciendo que el espíritu de mamá estaría siempre con nosotros, tuvo mucho tacto, una gran sabiduría, lo mismo los enfermeros Ersiel y Juan, ángeles también…”, y Ángela continúa repitiendo las mismas palabras constantemente, como tratando de encontrar las mejores para explicar la inexplicable paz que la Fundación les aportó en aquellos difíciles momentos ante la inminente partida de la entregada madre y esposa.

Don Franklin agrega magia a la entrevista: “ese día sucedieron cosas sobrenaturales. Recuerdo que dormíamos en el mismo cuarto, pero en camitas separadas. Yo me desperté a las 4:30 de la madrugada y me metí en la cama de Anáis, a su lado. Respiraba diferente. La tomé de la mano y me la apretó. ‘Mami’ quería dejarnos en ese momento. ‘El de la muerte’”, dice Ángela.

Continúa Franklin su relato: “ya luego de la visita del doctor Picado y sus compañeros de equipo, estábamos todos en la casa, hasta mi hijo Gerardo quien no vive en San José, y mire usted qué raro, por primera vez dejamos a mami sola por menos de cinco minutos. La señora cuidadora asistente de la familia fue a hacer un mandado, mis hijos salieron de la habitación y yo fui por algo a la cocina. ‘Mami’ se nos fue ese 23 de diciembre pasado, cerca de las 10:30 a. m. Yo creo que ella no quería que la viéramos partir.

Se fue en paz, sin quejas ni dolor. La velamos acá mismo en casa, en su camita, solo nosotros. La Fundación nos dio esta serenidad, estamos en paz, libres de culpa, hicimos lo correcto gracias a la guía de ustedes”, culmina Ángela.

“No sé cómo definirlo, Dios pone en el doctor Picado las palabras, la sabiduría para despejarnos toda duda, es que no sé cómo describirlo, es maravilloso, es un ángel”, termina diciendo don Franklin.

 

Fotos: Cortesía de Ángela Avalos / Fundación Partir con Dignidad.

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